miércoles, 24 de octubre de 2007

Chica urbana

Hace exactamente 10 años que me vine a vivir a la capital. Llegué como una inexperta joven, criada entre Curicó y Molina (ciudades donde vivía y estudiaba, respectivamente), que vino a cumplir con la meta de estudiar una carrera universitaria. La opción fue periodismo aunque admito que si regresara en la línea del tiempo lo pensaría dos, tres, hasta cuatro veces. Pero eso da para otro post.
Santiago es mi ciudad natal por accidente porque nací un mes antes del que correspondía cuando mi mamá se pegó un costalazo en plena Estación Central, llegando desde Curicó para visitar a su hermana y de paso celebrar las fiestas patrias. Lástima que las cuecas y cumbias de las ramadas las escuchara desde el Hospital San Juan de Dios.
El asunto es que 18 años más tarde esta ciudad me recibía nuevamente igual de entusiasta y temerosa que yo. Lo que recuerdo de Santiago por esa época y que me llamaba la atención era la gama de calles y avenidas que increíblemente cambiaban de nombre (como Pajaritos, Alameda, Providencia y después Apoquindo; o Nataniel Cox y después San Diego; o Compañía y después Merced, etc.); el metro al que NO hacía parar como les ocurrió a otros amigos foráneos pero en el que confieso, me perdí varias veces; y las personas que caminaban rápido y miraban desconfiadas. Claro, yo todavía no sabía de delincuencia hasta que intentaron quitarme mi gargantilla de oro, regalo de graduación de cuarto medio. A partir de ahí también caminé velozmente y agarré mi bolso con una fuerza asombrosa.
A Santiago lo aprendí a conocer y a medida que pasó el tiempo simplemente me enamoré, me encanté con esta urbe enjaulada en cemento. Pese a que los primeros años fueron de mucha soledad, luego descubrí que acá podía y tenía para hacer de todo y que la ciudad se transformaba en mi aliada y compañera.
Está de más decir que sólo a nivel cultural-artístico existía (existe) una oferta variada de cine, teatro, museos, recitales de música, arte callejero, algo que nunca había conocido ni conocería si me quedaba en mis terruños curicanos. Y para qué hablar de lugares para salir de día y de noche, vale decir, restaurantes, pubs, discotheques, etc. El acceso a todos los servicios a cualquier hora del día era también una gran ventaja. O sea, no existía la excusa de que las tiendas estuvieran cerradas por la hora de la colación de una a cuatro de la tarde y créanme que eso aún pasa en provincia.
Actualmente trabajo y vivo acá en Santiago y con 10 años de "relación" me siento una integrante más de la capital. Desde mi departamento en el piso 20 tengo una vista que da al sector sur y me encanta, es increíble. Si me preguntan, obviamente habitar acá tiene sus contras como la contaminación en el invierno, la inseguridad ciudadana o el vapuleado sistema de transporte público, pero a la larga uno se acostumbra y aprende a convivir con estos males. Con razón la Carola, mi mejor amiga, que ahora se fue a trabajar a Molina me dice de vez en cuando, "por favor, invítame a Santiago que necesito llenar mis pulmones de smog y mis oídos de los ruidos que hacen las micros transantiago". Y yo le digo "cuando quieras, la ciudad y yo siempre te tendremos las puertas abiertas".
Y para ustedes, ¿qué es lo mejor y peor de vivir en Santiago?

4 comentarios:

Xime dijo...

Querida amiga,
Para mí no hay mejor ni peor, para mí Santiago es no más. Todos mis recuerdos están en esta ciudad, en sus calles, en sus rincones. La he visto crecer, cambiar, llenarse de gente. La he visto vacía, convulsionada, tranquila, en democracia, en dictadura.
En esta ciudad vive la gente que quiero, me he enamorado, me he convertido en lo que soy.
Por eso la dificultad, la complicación de dejarla. Porque yo no siento indiferencia con Santiago, la relación es de amor y odio, pero el vínculo está aunque no quiera.
De hecho, como dijo en su momento Julio Iglesias (puaj!), si tuviera un hijo le pondría Santiago. La diferencia con ese español mentiroso (que aseguró ponerle Chile a su crío) es que yo así mismo le pondría.
besos y eres tan capitalina como cualquiera.

Lecaros dijo...

Yo soy de Santiago. Es más, ni siquiera tengo parientes fuera de Santiago. Pero lo curioso de todo el asunto es que mis mejores amigos son provincianos, es decir, buena gente nacida y criada entre gallinitas, vacas y rascacielos de tres pisos :)

Sin Santiago, no los habría conocido. Por eso, entre otras cosas, me gusta Santiago.

Anónimo dijo...

Amiga, me dio mucha nostalgia de Santiago, de ti, de todo, me veo aquí criando pollos apagada, con el demonio dormido, pero en cualquier momento espero que gire en 360, ya es una realidad que no es mi lugar.
Con respecto al blog siempre me haces reír mucho y cuando uno te conoce creo que es mas gracioso, me encanta ese don de la palabra que tienes, de jugar con el diccionario, lo visitare mas seguido.
Carola

Dana dijo...

Xime, entiendo lo difícil que debe ser la decisión de dejar Santiago. En mi caso no podría a no ser que me ofrecieran irme a otra ciudad más grande como Nueva York, Londres, París, Madrid, Praga, etc. Eso só que sería cueca y lo pensaría digamos que sólo 30 segundos?. Claro que sí oj oj oj.
Lecaros, tú eres un gran caso de urbanidad, porque cuando te llevé a pasear al sur, específicamente a Chiloé, recuerdo episodios memorables como cuando no creías que los bueyes fueran de verdad y que cuando trataste de tocarlo, el animal se descontroló y casi te cuesta la vida. Nada que decir. Y bueno, si tú dices que somos gente bien nacida, gracias!! pero tú también lo eres, y eso que naciste en San Joaquín no más, jaja.
Y Carola, sabes que te echo más de menos que la cresta, y antes, aunque no nos veíamos taaan seguido cuando vivías acá, ambas sabíamos que estábamos a 30 minutos de distancia y no como ahora que estamos a tres horas!!. Vuelve, te dicen!!